jueves, 12 de febrero de 2009

Suceso dramático-emocional clásico

Emprendieron el viaje de retorno a casa, caminaban tiernamente tomados de la mano por la misma sucia calle, por las mismas nueve cuadras y media que les separaban de la facultad, entonando los mismo sucios diálogos: “¿Quien te quiere, quien te ama?...Rata se llama”
En cuestión de segundos, pasó de la simple molestia a la total discordia, cuando ella decidió que era hora de frecuentar a nuevas personas, solo en afán de no entrar a la rutina. Rutina que se había establecido hace ya mucho.
Pero su verdadero afán era disimular su evidente tedio al tenerle a su lado. Tedio del cual se percató hace ya mucho, y que lo veía acercarse como futuro 9º rompimiento, despertando cierta ansiedad en el, al imaginarse nuevamente solo. Veía peligrar su dependencia emocional, sus múltiples dosis de navajas y sexo alocado y en cuyo lugar se instalaban el vacío crónico, ira incontrolable y una autoimagen desgastada por los múltiples intentos de suicidio, 9 para ser precisos. Todo un vano esfuerzo por evitar el abandono, profundizando aún más su inestable relación.

El paseo se convirtió en una frenética marcha, él detrás de ella, entablando un devaluado soliloquio, excusándose por su comportamiento y promesas de cambio que caían estrepitosamente de su boca. Renegando contra su infancia, contra su terapeuta y contra los placebos y el citalopram, que lo único que habían logrado era resecarle la boca. Nada fue efectivo para cambiar su parecer, ella siguió caminando presurosa, hasta perderse por detrás de la puerta de su casa.

Le habían cerrado la puerta en la cara y la idea de que no se hubiesen despedido de el le revolvía la sesera. Necesitaba un trago de agua para su reseca boca, aunque uno de vino vendría mucho mejor. Y frente a los 140 Bs que puede llegar a costar una botella de Navarro Correa y a la creciente crisis, no fue tan mala la idea de los 3Bs que le costaron una jeringa, el alcohol medicinal y la naranja para un efectivo cóctel.

Lamentablemente terminó con los flexores de la mano desmochados, al saborear nuevamente la automutilación.

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