viernes, 3 de julio de 2009

De tu ausencia y del Pie de limón

De acuerdo a Mora: Para comenzar el relato tenía todos los elementos necesarios, un lápiz, un pedazo de papel, incansable paciencia, un iluso sentimiento de deseo contenido, opresión en el pecho, mi siempre fiel tristeza y un gran nudo en la garganta. Serviría como el paso inicial para descargar de la testa toda esa nostalgia, decir cosas que no me animo normalmente a decirlas y expresar mi sentir cuando hablar ya no basta.

- El contexto cronológico es totalmente fútil, del mismo modo la razón, sosegada por los juegos cortesanos con afable ímpetu en este ensueño.
- ¡Momento! ¡Momento! que me perdí en fútil.
- El horizonte quedará, como velo divisor y el sol enterrará con cada ocaso nuestro amor.
- Patéticamente romántico mi querido Marof, pero quien pensaría? El amor y sexo si venden.
- Prefiero perderme entre los pseudónimos y las circunstancias.

Marof caminaba todas las tardes, surcando un pequeño sembradío de seco maíz, alcanzaba la ahora asfaltada Av. Capitán Ustariz y lanzaba un sospechoso paquete por lo alto de la paredes posteriores del San Juan de Dios, todos los días a las 3 de la tarde. Su no tan ladina receptora, trémula y adormecida, intentaba interceptarlo en el aire, en pueril intento por coordinar la atrapada, el paquete se precipitaba de todas maneras al suelo, sus pies o desafortunadamente en algún fangal. Sus entorpecidos miembros le jugaban una mala pasada, atribuible a las altas dosis de citalopram, los ansiolíticos y la abstinencia. Los cigarros y ese provisional momento de placer, se exhalaban tras 8 bocanadas de aire, o quizás servirían para un trapicheo por algo más fuerte en el pabellón de los crónicos.
Receloso cruzaba la mirada un individuo, de marcha lenta y pasos cortos, seguido de duros tropezones que simulaban besar el suelo. En su rostro llevaba tatuada tan solo la desidia, mientras que sus manos parecían contar algunos pesos.
Languidecen las horas, en el horizonte se perfila la oscuridad. Y la luz de los faros, una quimera, abría su tímido paso entre la noche.

Conocía de memoria su silueta y a pesar del astigmatismo, podía reconocerla desde lejos, postrada en un banco de cemento, con la mirada clavada al infinito. Exhalando nuevamente un poco de humo de cigarro, desesperanzada y execrando aquel lugar. Vestía usualmente aquel atuendo, deportivo azul, un saco negro y unas zapatillas blancas.
El calor reconfortante de un calmo abrazo le devolvía a la “realidad”, y le arrancaba unas muecas de alegría al ver un rostro familiar entre la maraña de duelistas que rondaban el pabellón de mujeres. Nuevamente metió de contrabando otra dotación de cigarros, llevó poco esta vez, y ella increpaba. Surgía como dulce mentira que le devolvía aquella esperanza, exhalada con el último cigarro, pronto saldría, por tanto no era necesario llevar más cigarros.
Puede acaso recordar mi nombre?
Ella nunca asintió, pero se le antojaba familiar aquel indolente rostro.

Dejo atrás los duros recuerdos y solo se me ocurre dormir.

- Pues nada encuentro desde este margen, si serás un inepto!
- Si piensas irte cierra la puerta pues no espero más gente. Soy un hombre ciego, tratando de curar sus heridas, que pierde un poco de si con cada lágrima. Y contigo pierdo mares.
- Eres un dramático…

Le llamaba “impasible” pero a la hora de la verdad el era el impasible, recostado a su lado, esperando una señal para poder abalanzarse sobre su trigueño cuerpo. Pero pasaron por alto muchas señales, como cuando dijo: “hace calor, te incomoda si me aflojo los andrajos?” O como cuando puso su semidesnuda pierna izquierda sobre mi simia pierna izquierda, hasta que finalmente recriminó: “¿a que carajos esperas? ¿Vendrás o no a por mi y me cojerás?”
Esa era la señal…
Y al final no podría discriminar con exactitud el momento de mayor excitación, si complacer su ardiente conducta, a veces masoquista y subyugada, un juego de suaves caricias, golpes de látigo y navajas. O tomarla por las manos con fuerza y acorralarla contra la pared, desgarrando su blusa y el corpiño de encaje negro. Pero lo que le sacaba de quicio eran sus besos aspirantes, que le quitaban parte del aliento y de los cuales no podría obtener más réplicas.
Optó por acercarse por la espalda, sucia estrategia, tomándola con fuerza y recorriendo con sus suaves manos aquel escultural abdomen, aquella trigueña y lisa piel que temblorosa se agitaba al sentir la tierna caricia provocada por el roce de la yema de sus dedos, mientras arqueaba hacia delante su cuerpo en un intento por escapar, solo por dejarse a merced del deseo. Cruzando las largas y esbeltas extremidades de un suculento e indescriptible color con el que dotaron a Leskal. Desde el curvilíneo contorno de caderas, la estrecha cintura hasta su tórax, dejando ver algunas prominencias óseas, un deleite para un ser detallista como el. Al recostarla sobre el cómodo lecho y despojarla de sus atavíos, se deleita nuevamente en aquel particular color de piel. Comienza el frenesí de la carne, con besos, mordiscos y una reconfortante pausa. Tomó sus piernas con los brazos y beso a beso, paso a paso descendiendo por las rodillas, la tierna parte interna de sus muslos, hasta aquel glorioso monte que cobijaba su sagrada oquedad, en la cual, aquellos besos tan amargos pierden a los más cautos. Amargos y que llenan de dulce excitación, como el mejor pie de limón.
Dispuesto a empuñar el arma se incorpora, pero su mente naufraga nuevamente en un mar de huellas mnemónicas, hasta remotos lugares.

- ¿Podría considerar premeditado el que hayas olvidado mi rostro? ¿O es solo otro de tus juegos?
- Mmmmm. Hoy tuvimos otra sesión con el psicólogo. En esta ocasión me hicieron la prueba de Rorschach. ¿Crees que haya la posibilidad inducirles a que crean cual es la personalidad que tengo?
- No tengo idea. Pero me recuerda a aquel fragmento del tema de Pastoral, lo recuerdas?

Por que me dejan pensar en toda esa gente humana
Y después para jugar hasta me atan a mi cama
Puedo ver la realidad
De que el perro sea perro y nada más

2 comentarios:

  1. Quisiera volver a imaginarme como la paciente numero 1520 del instituto psiquiatrico San Juan de Dios pero en este momento no me veo de ningun modo, Tristán.
    Sólo tu podrías plasmar imágenes tan apasionadas en un pequeño espacio virtual. Gracias por volver al 20 Dedos.

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  2. Buen relato. Me recordó a mi y una ex novia, por esto de la piel trigueña y suave, yo no lo sabía entonces... pero si que se siente bien.

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