lunes, 12 de enero de 2009

Confesiones de una tarde de verano

Sintió la germinar semilla del desprecio un lunes a medio día. Finalmente le encontró sentido a esa hostilidad confusa y dispersa que hace meses arrastraba. Apareció mientras almorzaba con sus padres. Fue una revelación espontánea y precisa que le llegó mientras llevaba la cuchara a la boca. Ya le había sucedido una vez, cuando sintió la despersonalización hughiana -la naúsea sartriana, el absurdo ontológico-, pero esa vez sostenía un tenedor y no se lo llevaba a la boca sino estaba dentro.
La comida siguió como tal. Gustave prefirió guardar silencio y evitar confrontaciones de mal presagio. En una ocasión, se atrevió a expresar un pensamiento en voz alta que nadie entendió. Le preguntaron a qué se refería y el contestó con la misma pregunta: "algo turbio es algo turbio". El otro insistió y Gustave decidió explicarle como a un niño de 5 años, con un dejo de sarcasmo que no podía disimular. El encuestador seguía dando lata, tenía la firme intención de hacerlo reventar pero Gustave retrocedió. Era siempre la misma cosa: tensiones progresivas que en determinado punto se reabsorbían. La formula lo fastiaba, ceder o dejar temas abiertos no eran su fuerte.
Cuando terminó de almorzar se dio cuenta que no quería estar en ningún lado.

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