viernes, 16 de enero de 2009

Rumbo al primer primer contacto

-No, yo no tengo hermanas -dijo Irene frunciendo la nariz.
-¡Ah! Debí confundirte con alguien más -respondió el melenudo.
-...
Ella decidió mirar hacia afuera e ignorar a su vecino. Las calles estaban húmedas y había poca gente transitando. A través de la ventanilla semiabierta, sentía en su rostro un aire fresco y límpido. Metió la mano en su bolso, sacó un chocolate y se lo metió a la boca pero...
-¡Qué bocadillo tan delicioso el que traes!
... comprobó con tristeza que no sabía como antes. El micro seguía su ruta lentamente con su típico tambaleo; entretanto, el vecino aprovechaba cada curva para apretujarse más a ella. «Esto empieza a ponerse feo» concluyó. El carro se detuvo y frente a ella apareció un ciego que intentaba cruzar la calle; al verse interceptado empezó a golpear el micro con su bastón blanco:
-Muévase -le gritó a la llanta.
El auto siguió su marcha y el melenudo intentó de nuevo iniciar la charla:
-¿Viste eso? El ciego no se dió cuenta que el micro estaba yendo hacia el otro lado ¡Pobre gente!
Irene lo miró desde abajo con la boca torcida. Le fastiaba la compasión forzada.
-Si. Aunque los ciegos en realidad tienen mucha suerte, en especial los de nacimiento.
-¿Por qué?
-Porque los ciegos no se imaginan cómo se ve un montón de sesos esparcidos en la calle -le respondió muy solemne.
-¡Uy! eso es muy cierto... y muy sangriento -agregó el sujeto estirando los labios y cerrando los ojos, como si estuviera en un comercial de TV. Irene volvió a sus pensamientos pero fue interrumpida nuevamente .
-¿Te gusta el chocolate?
-No.
Nuevo silencio seguido de desconcierto.
-Está fresco ¿no?
Ella, envés de responderle, imitó su sonrisa estúpida. El otro no entendía. Volvió a arremeterla:
- ¿Te gusta el frío? A mi me gusta. Odio el calor y los días soleados ¿Será que soy un ser de la oscuridad? Como los vampiros ¿te imaginas? Yo, un vampiro del siglo 21. La melena me viene bien. Me da un aire místico, eso es lo que me da dicho mucha gente. Bueno, no mucha. La verdad es que no tengo muchos amigos, es bohemio eso ¿eh? -La olla a presión de su cabeza amenazaba con reventar- Siempre me he sentido distinto a los demás, desde pequeñito. No sé porqué te digo todas estas cosas, acabo de conocerte y todo, sin embargo...
«Momentito» pensó Irene. «Este tipo piensa que tenemos algún tipo de relación sólo porque me he sentado a su lado. Mejor lo corto por lo sano.»
-¡Ejém! Sí...
-¿En serio? ¡Lo sabía!
-¿Perdón? -Había perdido el hilo del monólogo.
-Que tu también eres de las que disfrutan los días nublados -dijo victorioso.
Ya habiendo intuido esta respuesta, en lo que el tipo terminaba de decirla, la invadió la ira.
-¿¡El queeé!? ¿Quien carajos te crees para inferir cosas de mi vida? -se levantó indignada.
-Sólo era una pregunta...
-¡Una pregunta mis bolas! -le gritó mientras se agachaba para poner su cara a escasos diez centímetros del otro. -¡A mi nadie me viene con cuentos! ¿Entendiste? ¡Hace mil horas que te estoy ignorando y tu ni te das por aludido! ¡No me interesa tu vida! ¡No quiero hablar contigo! -chilló; luego estampó su dedo índice contra la frente de su víctima quien -para su sorpresa- apenas se movió. Era como hablarle a un costal de papas. Esto terminó de enfurecerla. -Y ¡Sí! ¡Soy de las que prefieren los días nublados pero nunca se lo digo a nadie porque ahora a todo el mundo le gusta! ¡No hay exclusividad! ¡Déjame pasar! -lo empujó con su rodilla y salió al pasillo. -¡Y si algún día volvemos a cruzarnos hazme el favor de salir de mi campo visual o voy a golpearte! -le dijo con el puño en alto antes de bajar del micro. El hippie desvió la mirada aceptando el veredicto.
Abajo la esperaba Gustave. En un segundo, Irene pasó de la furia ciega al odio contenido.

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